Mientras lo escuchaba, pensaba en la escasa mesura que a veces nos rodea y en la sensación de no dar importancia a la palabra del que la toma. En haber perdido la capacidad de empatía, atención e intención de entender al prójimo.
Y cuanto más interrumpía al resto de participantes, mas caras de contrariedad conseguía en los que allí estábamos porque todos éramos conscientes de su extraordinaria "sordera".
La meta ya no está siquiera en entender al prójimo,
sino en saber respetar,
y en todo caso,
ESCUCHAR
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